El robo de la
alegría
Y tan alegre y tan bien como se sentía
Nonón, empezó a disgustarle que todo el mundo estuviera más triste y no
disfrutara de las cosas tanto como él. Así que se acostumbró a salir de casa
con una botellita del mágico líquido para
compartirla con quienes se cruzaba y animarles un rato. La gente se
mostraba tan encantada de cruzarse con Nonón, que pronto la botellita se
quedó pequeña y tuvo que ser sustituida por una gran botella. A la botella, que también resultó escasa, le
sucedió un barril, y al barril un carro de enormes toneles, y al carro largas
colas a la puerta de su casa... hasta que, en poco tiempo, Nonón se había
convertido en el personaje más admirado y querido de la comarca, y su casa un lugar de encuentro para
quienes buscaban pasar un rato en buena compañía.
Y mientras Nonón disfrutaba con todo aquello, a
muchos metros bajo tierra, los espíritus
del estanque comentaban satisfechos cómo un poco de alegría había bastado
para transformar a un triste malvado en fuente de felicidad y ánimo para todos.
Fin
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